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Flores del Horror . - Cap. 1

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Los pies de Román se hundían sobre la suave nieve mientras avanzaba hacía su casa. Román, que nombre más raro, pensó. Quizá en Castilla fuese algo normal y corriente, pero él era del norte de Prusia, y allí no era algo corriente ese nombre. Nunca pensó en el porqué de su nombre… ahora no era el momento. Dobló la esquina de una desierta calle y se encontró de bruces con los carteles de desaparecidos. Habían aumentado el número de monstruos y magos renegados, por ende, el número de desaparecidos. Aquello era preocupante para el país, pensó Román. Para él, un joven soldado raso de diecisiete años, no. Le interesaba más lo que le esperaba en casa, sus amigos y por supuesto, Catleya. La joven de pelo castaño y ojos marrones que amaba. Por fin había conseguido que accediese a hacer el amor. Esta noche lo harían, aunque ella había puesto como condición que la dejase tranquila, no eran novios, aunque para Román como si lo fueran. Por fin conseguiría poder fundirse con aquel cuerpo… aquel cuerpo que le hacía perder la cabeza. Y eso que para él, un joven soldado de pelo negro y ojos profundo, atractivo y bello, no era difícil conseguir novia pero se había enamorado. ¡Oh! ¡Quién lo diría! Pero era cierto, a pesar de lo que la gente pensase. A pesar de todo, la gente cambia. Y bastante.

Poco a poco apresuró el paso, sentía peligro y hacía frio, no le agradaba estar fuera en ese momento. Pero volvía de una guardia, de algún modo tenía que ganarse el pan. Pensando en la última guardia, llegó a su casa. Picó tres veces la puerta y rápidamente, la pequeña Elisa le abrió la puerta:

- ¡Entra! No se vayan a colar monstruos.

- ¡Vamos! ¿Acaso tienes algo que temer conmigo aquí, Elisa? – Román sonrió.

- Precisamente contigo aquí, es como más miedo tengo… - murmuró Elisa.

- ¿Qué dices?

- ¡Nada! ¡Entra ya!

Román entró y pasó a la sala, donde le esperaba Catleya, su querida Catleya, Otto sentado junto a Lynn charlando animadamente. Al otro lado, Zaida se besaba apasionadamente con Yosef. No estaban todos, pero el resto o había desaparecido o estaba de viaje.

Román se acercó a Catleya y se abrazó a ella, sin decir nada. Catleya no lo rechazó, pero se notaba que estaba incómoda. Poco a poco, las caricias fueron a más y entonces Catleya se dejó llevar. Mientras, Zaida y Yosef subían a uno de los cuartos, esparciendo ropa. Lynn y Otto apartaban la vista y Elisa se tapaba los ojos inocentemente.

- ¿Subimos ya? – preguntó un ávido Román.

- Vale… - Catleya aceptó. No le quedaba otra opción.

Subieron al cuarto de Román, donde una simple cama los esperaba. Las caricias cambiaron y poco a poco Román bajó su mano hasta la altura de la entrepierna de Catleya y comenzó los preliminares. Catleya se contenía, pero no podía evitar los gemidos que se escapaban de su boca. Román estaba pletórico, al fin, ¡al fin! Sin embargo, sonó la campana del pueblo. Monstruos, monstruos atacaban el pueblo.

- ¡Maldita sea! – como buen soldado, cogió la espada apoyada en la pared y salió corriendo.

Catleya le siguió cogiendo su vara de maga blanca aprendiza. Con diecisiete años, aún le faltaba un año para poder terminar sus estudios de maga blanca y poder entrar en la orden o dedicarse a lo que fuera de manera independiente. Pero ya dominaba el arte de la curación y diversas facetas de la magia blanca.

Bajó corriendo y encontró en el piso de abajo a Otto cogiendo su espadón y poniéndose parte de su armadura, como buen aprendiz de caballero. Tenía diecinueve años y ya era un soldado consumado, nombrado sargento. Ahora se prepararía para convertirse en caballero, soldados preparados para dirigir los escuadrones del ejército que conocen algunos secretos del arte de la magia blanca para mejorar su autonomía en el campo de batalla. Lynn, en cambio era una geomante. A sus veinte años, hacía dos años que había terminado sus estudios de magia negra y luego se especializó durante un año en geomancia, el arte de dominar el terreno. Elisa, en cambio corría ayudando a los dos jóvenes, ya que ella, aparte de ser la más joven (tenía unos tiernos quince años) era simplemente una bailarina que actuaba con su hermano Eric, que era un bardo.

Román ya había salido fuera. Le siguieron Lynn, Otto y Catleya que se encontraron con una cruda situación. Le rodeaban veinte gnolls, unos seres cánidos antropomórficos   que en grupos grandes eran peligrosos. Román tensó su postura y alzó la espada, Otto hizo lo propio y Lynn preparó un conjuro de barrera de tierra por si las moscas. Catleya estaba en el umbral, protegiendo a la pequeña Elisa. Desde dentro de la casa, llegaban los gemidos de Zaida y Yosef, que estaban haciéndolo.

- Estos dos… no podrían dejarlo para otro momento, no. – protestó Otto.

- Calla y concetráte. – le reprochó Lynn.

- ¡Yo quiero ayudar! – gritó Elisa y se escurrió de entre los brazos de Catleya.

La joven salió corriendo y los gnolls atacaron. Se abalanzaron sobre ella, pero de repente un chorro de lava venido del otro extremo de la calle, los arrastró y aniquiló. Los gnolls restantes no se atrevieron a moverse, así que Lynn alzó una barrera de tierra alrededor de ellos. Hecho esto, ella fue la primera en mirar al culpable de aquel chorro de lava.

Al final de la calle, estaba. Un hombre alto, envuelto en un pesado manto azul grisáceo, llevaba un sombrero de pico típico de los magos negro que sujetaba con una mano mientras que con la otra sostenía un cayado, que sin duda alguna, sería su arma. Cuando el viento producido por el calor del chorro de lava se disipó, el desconocido retiró la mano del sombrero y se pudo ver su cara:

- ¡Erodion! – gritó Catleya y fue corriendo a su encuentro.

- Así me llaman. – dijo el joven mago. Catleya llegó y se abrazó fuertemente a Erodion, su gran amigo. – He vuelto.

- ¿Dónde fuiste? – preguntó Otto, acercándose.

- Tenía ganas de viajar, simplemente.

- Tú y tus viajes… - comentó Lynn.

El encuentro entre Román y Erodion quedó en un cordial saludo. Erodion se acercó al muro de tierra y le pidió a Lynn que lo retirase. Ella aceptó y dejó a los gnolls al descubierto. Rápidamente, Erodion los encadenó a si con un conjuro de obediencia:

- Perfecto, así no darán el coñazo. – dijo Román irónico.

- No te piques, romano, no te piques. – le respondió

Pasaron dentro de la casa, donde se volvieron a sentar escuchando de fondo los gemidos de Yosef y Zaida. Erodion era un mago negro, de veinte años. Su pelo castaño finamente peinado hacía juego con sus ojos grises. Pálido de piel, vestía más como un monje que  como un mago. Comenzaron a charlar de asuntos banales, como donde había estado Erodion y cosas de ese tipo. Al rato, Catleya dijo que se iba a dormir, haciendo que el frustrado Román también se acostase. En el salón, quedaron Lynn, Otto, Elisa y Erodion. Siguieron la charla hasta la madrugada, cuando Elisa decidió irse a su casa y Erodion accedió a acompañarla. Se despidieron ambos con un timido hasta luego y emprendieron la marcha hacia la casa de la joven, donde esperaba Eric, el hermano de Elisa y… amante de Erodion.
Español / Spanish:

Tiene algún tiempo, cómo medio año o así. Tengo que pasarla al PC... nunca me acuerdo - .-

English / Inglés:

Well... i'm sorry but this text it's only in spanish :D
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